La última palabra, si se pudiera anticipar, es la que rebalsa el océano y entonces en medio del ahogo de esa contenida respiración, del manojo de músculos entripados en la garganta, comienza el braceo. Aspaviento de brazos, lo sumergen al mismo tiempo que lo hacen flotar en ese espanto. Los ecos en el agua no se expanden, excepto los gritos desesperados, las voces explosivas y los verbos desgarrantes[1].
Sin naves próximas en auxilio, ni almas que observen las posibilidades de una tregua para ese hundimiento, todo es una pesadilla –un todo- que se va desplegando en una tonalidad tan luminosa, como si la ceguera pudiera resultar de ver el universo entero al mismo tiempo, un resplandor que al anegar los ojos, los hiriera, primero ultravivos, y luego los asesinara impiadosamente por arribar a ese saber tan concentrado.

Coro I
Mar dulce
destino de ciegos
me persigno a través de los postigos
juntos con los
vecinos
viejos
hijos
viudas
los espigones me impiden
ver inescrutables moléculas
las estructuras inasibles
de lo que fue sólido
sólo palabras saladas
mojadas

Veneno que mata por contacto.
Se preanunciaba en la indiferencia burlona, en las sospechas cuasi paranoicas, en sus miradas de dominio[2].
Braceo, agua que se cuela por los poros y el aullido que indiferencia.
Braceo, aspavientos, hélice descontrolada, todo su cuerpo es una máquina deshecha anegada en su fango, cava su fosa con prontitud, aún sin quererlo. Bracea, palea y se hunde.
Sus golpes llueven, su boca no se cierra y tarde el otro quiere volver el reloj atrás, deshacer ese mar de lodo y porquerías. Nada es posible.
Existe un resto de esperanzas.
Esa es la humanidad más humana, tan humana como la ferocidad asesina[3]. Los animales por su territorio su hembra y crías no ceden. Pero si el que amenaza se retira, no lo perseguirá a su congénere hasta matarlo. Simplemente lo dejará ir.

Coro II
Jadeo, gimo
no llego en este frío julio
al espectáculo sin butacas
espías satélites globos aerostáticos
no puedo elevarme
desagarrados mis pulmones
anquilosados de odios y edades

El brazo, el aspa, la turbina.
El ruido no cesa, la degradación humana no es un retroceso a lo natural.
El odio, la mirada frustrada, el mar de indignación que asfixia, todo está en el templo del ser que es la mente, y allí no hay más que palabras agolpadas, esperando su turno.
Trata de emerger.
Es tarde para el guardavidas, las estocadas del amor traicionado, ganchos donde cuelga el orgullo, son cuchilladas en el corazón[4].

Coro III
Mi esperanza es malévola
la visto de san telmo y piedra
caballos clavados en su cuerpo
no entrego la sortija
no entregaré otra vuelta
ni como dádiva de calesitero
pondré el candado
encadenado
no entraré nunca más

Silencio. De una muerte en vida. Una jubilación del afecto sincero. Una desgracia que se repetirá
hasta que la muerte los separe. O una última palabra

[1] puede ser que los susurros de amor tengan esas mismas propiedades, no lo sé
[2] la mirada es un instrumento muy bien usado por poderosos y rabiosos
[3] mal llamada violencia animal (aprecie el lector que los animales no tienen por ejemplo "sed de venganza" en el siguiente video. Lo único que hacen es proteger y protegerse http://www.youtube.com/watch?v=LU8DDYz68kM)
[4] sin salvación, el mal devolverá sus cuerpos, exhaustos a la orilla más cercana.