Saquito

Una operación de apéndice, es eso. La ablación de algo que no sirve, apéndice. La función hace al órgano. Claro.
Luego el recuerdo límpido. Recitado en miles de divanes porteños:
un fuerte apache, un montón de soldaditos que rescatan a la dama. Y ella sentada. Cachetes sonrosados, muy húngaro, como su madre-mi-abuela, como su hermano, como yo. El saquito colgado de los hombros. ¿Rosado como su cachetes?. La función hace al órgano. Y ella juega, pero no está. Está triste. Agotada. Un niño es siempre eso, un chico. Pequeño absorbente, secante. Y quizá está distraída. Piensa en lo que le falta.
Saquito. Órgano y función.
La luz del sol entra despacito (no puede ser, la luz siempre entra a la velocidad de la luz, salvo en los recuerdos que se mueve a la velocidad en que se sienten las cosas). Penetra lenta, luz entre postigos o algo así, o es una “persiana americana”. Pero es de otra época y una canción que me confunde. Es un sanatorio. Sanan a los que entran enfermos. Y a los que están sanos pero no aguantan más, ¿quién los sana?. Quizá es eso: la función hace al que está. ¿Y si está, pero no está?. Sí se fue al entrar, puede que ahora nada lo sane.
Ya no está claro. Acude la confusión a la cita.
Y ahora los soldaditos ya no rescatan a la cautiva. Ella está entre los sioux que no quieren dejar de atacar o de ser sitiados. Están como ella. Todos esperan un relevo. Alguien que salve de ese pequeño cautiverio, de sanatorio. La función da vida , sino es la ablación. Puede incluso infectarse. Que fue así.
Ahora es el médico que intenta sacar pus de la herida roja hinchada (¡qué asco la pus!. Mi abuela, tiempo después, se hizo sacar toda la que tenía en su rodilla hinchada. Una erupción blanca que casi nos mancha sin lavado posible). Es como de película de terror. Avanza y se agranda, bisturí en mano. Cada vez más amenazante. Pero, por suerte las murallas caen y el fuerte es liberado. Alguien frenó el sitio. Liberó la herida. Y su órgano toma función:
- ¡Hola Pa!.
- Buen momento para llegar.
Recitado de diván. O mejor, confesiones de chaise longue, que es más… como decirlo, más que hace a la función y al espectáculo.

Escribir es una maldición

¿Releo? ¡Mentí! No me atrevo a releer. ¿De qué me sirve leer? Lo que está allí es otro. Ya no comprendo nada.
Fernado Pessoa
“Libro del desasosiego" Pág 99
"Escribir es una maldición"
Clarice Lispector

Sí, en especial cuando uno se lee y en voz alta. Si se corta la lectura, es por la maldición. Al mismo tiempo ajeno, alienado, lo escrito descorre desde dentro, retuerce, lacera, dobla y extrae. Maldición a dos bandas: lector reconvertido en escritor, antes y ahora, desde el ojo a la garganta recorriendo lo que antes fue desde el corazón a la mano. En medio la duda más radical sobre la propia exposición, mostrando algo en que no puede ver-se. Tarde: otro lo leerá y lo sabrá. Maldición. Me entrego y me pierdo; entre mis letras me verán, husmearán en mi carne más débil y en mi debilidad más carnal. Inerme. Desnudo. A la vista, como en esa pesadilla recurrente en que me doy cuenta tarde que estoy en calzoncillos (¡qué palabra antigua! No tengo otra para lo que me avergüenza en ese momento). Corro desesperado, aviso. Ya no puedo hacer nada. Me vieron. Descubrieron mis piernas al aire. Es el texto. Y el despertar es desazón. Algo mal dicho: maldito.

Mundo tenue

Me parece que el mundo está atado con hilos demasiado tenues. Quebradizos. Cómo si todos ellos fueran el último pelito que le queda al hilo sisal cuando está por cortarse (aunque en el negocio de mi padre, no había nada más fuerte para atar los paquetes que el hilo sisal).
Todo lo que veo a mi alrededor vibra con el eco de algo efímero. Nada, ni el más potente avión como este en que estoy ahora volando, me hace sentir que estoy a salvo. Un llamado, una convocatoria imprevista y no esperada, algo está a punto de suceder.
Cuánto más me aíslo peor:
Más siento que el deseado silencio, se cortará en un trueno espantoso o un terremoto, y las paredes más sólidas se desplomarán. Por eso todas mis compras, no importa si son viviendas o cualquier objeto, hasta los artefactos más mínimos, los percibo revestidos de una espantosa sensación abismal. Empiezo a sentir que las posesiones se adueñan de mí y algo más se sumará a mi falible universo próximo. Ahora “algo más” demandará de mis cuidados y atención, para finalmente sucumbir en el fondo de algún tacho o quizá a una estantería como objeto antiguo de colección o cenizas de un incendio imprevisto (como casi todos) que llevará todo al infierno. Sin embargo, y por este mismo temor, me esmero en no romper ni perder nada, para una y otra vez ser testigo de lo imposible del esfuerzo.
Recuerdo los madrugones de sábado, los viajes en el ciento nueve y cierta soledad en las colas que se formaban en la puerta del Correo Central para poder hacerme de alguna estampilla nueva con el sello del día de emisión. Todo tan prolijo. Pero al mismo tiempo, la sensación de ultraje, de robo, de sacar a mis padres dinero para algo tan egoísta como una colección que ya ni siquiera recuerdo donde quedó (nunca el miedo es tonto).
El coleccionista ávido de más propiedades, quizá no logre tapar el terror de no ser, de terminar sumado algún día él mismo a su propia serie como un objeto más, como una antigüedad.
Y el mundo se mueve suspendido de esos últimos pelitos que le quedan al hilo sisal, tan fuerte para atar paquetes, tan débil cuando se va cortando lenta e imperceptiblemente, segundo a segundo…
Tengo miedo.

Saquito (Original) by Connie

Una operación de apéndice
es sólo eso
dicen por ahí que duele
y mucho
se infecta, se inflama
luego se cura
y deja una cicatriz.

Un saquito
es sólo eso
una prenda necesaria
como la sal a la vida
un saquito
es sólo eso
útil cuando refresca
un color, puede ser verde,
lila, turquesa, blanco
abotonado o bordado
al lado.

Un saquito
es sólo eso
un objeto necesario e innecesario
ridículo, casi disparatado
pero está, y abriga cubre,
acompaña, en las noches frescas de verano
esas noches donde todo parece mágico
regado de olores románticos y raros
noches donde la gente se reúne en los parques
para escuchar esas sinfonías mágicas
que penetran en lo profundo del corazón.

Y otra vez
un saquito
sólo eso
¿lo llevo?
¿lo traigo?
¿lo dejo?
¿lo pierdo?
pobrecito, chiquitito, el saquito.

El Saquito
al final

¿para qué?