Escribir es un viaje entre una palabra y otra. En un extremo la palabra desata la recorrida, se espera la llegada al otro lado, a través de caminos que se van abriendo. Se bi furcan y se tri surcan. Más aún todavía: reversibles, borrables se construyen al paso.
Sentidos vacilantes ante la palabra próxima.
Un sustantivo es un llano: no se detiene el ojo.
El adjetivo: una serranía que invita a ser escalada.
En la bajada, el gerundio desliza: derrape sin paradas, picadas ocultas en el camino de ida.
¿O es otro el viaje? Recorrido de letras en las palabras, la alienación que se alinea en un cambio de lugar. Lo ajeno que se vuelve propio. Se aleja de mí, me abruma en los estribos a que acudo para cabalgar las palabras.
Las pego y las desabrocho: sexoprosa, di.amante, poemoroso, tri.quiñuela, cuadri.látero, difamina.
Escribir: incesante esfuerzo plácido por generar algo ido antes de llegar.
Cuando llega, es tarde para darse vuelta. El camino está hecho, o ya fue transitado por otro, un desconocido,
un precursor
en otro viaje.
¿Habrá un asilo de sentimientos, herrumbrados, solitarios, despojados de dueño; donde el amor no correspondido se limite a una salita con tevé (blanco y negro); el fracaso se pasee con bastón de tres patas; las ambiguas enfermeras imploren por quienes perdieron sus hijos, dejando que sus gritos se esfumen en medio de esa oscuridad de persianas bajas; y los lamentos de quienes estiraron sus vidas, para nada, vanamente, sean escuchados sin sentimiento por cuidadores eventuales, almas caritativas sin espesor?
Nadie se sobrecoge allí ante semejante desfile - tanto despojo de corazones – No pide un minuto de silencio en esa penumbra de puertas que no se abren. Nadie visita ese depósito. Ni siquiera los que sobrevivieron al hastío de este basural, para tirar de costado como quien no quiere (la cosa), el deshecho de los cuerpos trasegados de somníferos y ansiolíticos, los que impiden rozar la humanidad más finita,
casi ínfima
la que no logra despertarse en los vacíos pasillos y pide su desalojo de este asilo arrumbado.
Infierno de los acabados.
Nadie se sobrecoge allí ante semejante desfile - tanto despojo de corazones – No pide un minuto de silencio en esa penumbra de puertas que no se abren. Nadie visita ese depósito. Ni siquiera los que sobrevivieron al hastío de este basural, para tirar de costado como quien no quiere (la cosa), el deshecho de los cuerpos trasegados de somníferos y ansiolíticos, los que impiden rozar la humanidad más finita,
casi ínfima
la que no logra despertarse en los vacíos pasillos y pide su desalojo de este asilo arrumbado.
Infierno de los acabados.
Espera poco estimulante, sillón que no es para eso, amplifica el desamparo menos solícito. Eco de desinteresadas secretarias, tu caso es uno más: jajajaja, : y ya entiendo, : claro como no.
Ahora es mi turno, pero los pasos son del que no es, madera con zapatos nuevos, taconeo inútil. Una jornada se escurre, laboral sin producto. Se estremece a un lado el desahuciado, en la silla de mimbre desvencijada, moviliza y convalece dolencias: palabras asesinas con virus anónimos.
Tétricas miras, introspectivas (sin justicia), impiden la restauración o la cura. Mmmm (este sillón me deshuesa, me desmuscula), cuando uno no quiere, no pueden dos, sentencia. Asevera: in fine.
No puedo airear mis pensamientos, se aferran a esa madera, taconean entre mis ojos. Ahora es mi turno, pero lo pierdo en el mareo de no entender mi nombre. Ya no soy más que legajo. Este sillón se achica, como cuando las paredes se estrechan, mi vida se acorta, se angosta y me derramo líquido, mercurio deshecho. Ya cerró la ventanilla: jajaja: y ahora estoy ocupada.
Vuelva mañana. Si puede.
Ahora es mi turno, pero los pasos son del que no es, madera con zapatos nuevos, taconeo inútil. Una jornada se escurre, laboral sin producto. Se estremece a un lado el desahuciado, en la silla de mimbre desvencijada, moviliza y convalece dolencias: palabras asesinas con virus anónimos.
Tétricas miras, introspectivas (sin justicia), impiden la restauración o la cura. Mmmm (este sillón me deshuesa, me desmuscula), cuando uno no quiere, no pueden dos, sentencia. Asevera: in fine.
No puedo airear mis pensamientos, se aferran a esa madera, taconean entre mis ojos. Ahora es mi turno, pero lo pierdo en el mareo de no entender mi nombre. Ya no soy más que legajo. Este sillón se achica, como cuando las paredes se estrechan, mi vida se acorta, se angosta y me derramo líquido, mercurio deshecho. Ya cerró la ventanilla: jajaja: y ahora estoy ocupada.
Vuelva mañana. Si puede.
Yo lloro debajo de mi nombre
Alejandra Pizarnik
Prefiero que me digan que no me quieren, a que me digan que no me creen.
Si no me aman, puedo resignarme, ¿quién me creo? No soy, ni por asomo el cien por cien para todos. Un poco (lo confieso aquí, entre vos y yo) prefiero ser amado. Pero puedo huir del compromiso. No amando, puedo escapar del amor.Desespero pataleo me crispo revuelvo, cuando no me creen. Me hundo, sin razón, excusas, derecho. Así, como vengo. Si descreen de mí, no hay escape-salida, revancha-retribución. Lamo las heridas con sal, es doloroso, es baño ritual que termina con pocas vendas, expuesto, vago, disgregado. Los ojos sin órbitas.
Temo la caída ancestral, la de un acto confuso, un edén desnudo, en que nadie pregunte con sinceridad, y en que al mismo tiempo esperen ser sorprendidos con mi respuesta inesperada. Se sabe allí de la mentira, del asesinato de toda una descendencia, perdida para siempre. Y el llanto más diminuto, el que se esconde debajo del nombre, es una lágrima que se derramó en la envidia. Sin marcha atrás, sin reversa en una película que sólo puede avanzar como el tiempo real.
Creo que me creen y por eso miento.
Me desangro a escondidas, en los rincones del amor correspondido, buscándome en la mirada encendida de quien aún no sabe quien soy - pura fachada -
Y de noche lloro, tarde para arrepentimientos, debajo de mis nombres.
Si no me aman, puedo resignarme, ¿quién me creo? No soy, ni por asomo el cien por cien para todos. Un poco (lo confieso aquí, entre vos y yo) prefiero ser amado. Pero puedo huir del compromiso. No amando, puedo escapar del amor.Desespero pataleo me crispo revuelvo, cuando no me creen. Me hundo, sin razón, excusas, derecho. Así, como vengo. Si descreen de mí, no hay escape-salida, revancha-retribución. Lamo las heridas con sal, es doloroso, es baño ritual que termina con pocas vendas, expuesto, vago, disgregado. Los ojos sin órbitas.
Temo la caída ancestral, la de un acto confuso, un edén desnudo, en que nadie pregunte con sinceridad, y en que al mismo tiempo esperen ser sorprendidos con mi respuesta inesperada. Se sabe allí de la mentira, del asesinato de toda una descendencia, perdida para siempre. Y el llanto más diminuto, el que se esconde debajo del nombre, es una lágrima que se derramó en la envidia. Sin marcha atrás, sin reversa en una película que sólo puede avanzar como el tiempo real.
Creo que me creen y por eso miento.
Me desangro a escondidas, en los rincones del amor correspondido, buscándome en la mirada encendida de quien aún no sabe quien soy - pura fachada -
Y de noche lloro, tarde para arrepentimientos, debajo de mis nombres.
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