Espía

Extremo y lejano
occidente próximo
acercamiento dudoso
en esta urbe pegotosa, lívida
en verano de olores turbios
tropiezos de hojarasca otoñal
redonda en sus esquinas
visiones de embeleso
sumergidas
sillas portantes de escrituras
y apenas un espacio
entre el café y el diario
para humear los dedos
entre azúcar y un lápiz
enredo de hojas diarios, libros,
alguien que mira
desde lejos
(¿espía?
¿cuál es su derecho?)
me veo cuando lo veo
el vidrio a través
y un semirreflejo
casi nada
y miope no distingo
una sombra
un rostro
que ya pasó.
Fue.

Fénix

Padre fénix
ceniza de gólem
nadie muere por tu frente
elevada inscripción del ser en sombras
rincón falible
óseo, muscular, con alergias
humanas hasta la médula
(o la masmédula)
sin saber garantizado
desmaldice el pasado.
Nunca las glorias
pasadas fueron
lo que ahora en mi memoria
son y como tales
resuenan.

La recorrida

Me dije que era lo mejor para pasar el día, o al menos la mañana. No me equivoqué. Hacía poco frío. Menos mal. Éramos una pequeña legión de extranjeros. Algunos ponedores de invitaciones que nunca serán correspondidas, otros lectores susurrados de textos varios que no serán releídos, y un puñado de compulsivos recitadores de plegarias que jamás serán escuchadas. Quizá, había otras variedades que no pude distinguir (la próxima me prometo estar más atento).
Un paredón disimula este mundo del externo. Es verde el prado que domina la vista y un edificio austero enmarca el ingreso. Ya adentro, una prolija computadora espera la consulta: es como una guía Filcar virtual, que en vez de indicar el próximo destino, los aproxima al destino final de los que permanecen allí. Y es un día en que todos saben lo que hacen. Seguramente intentarán poner fin, una vez más sin resultado, a una conversación inconclusa, un reproche nunca formulado, un dolor lacerante que no cicatriza.
Ver a mi padre allí, eternizado en su foto, es un poco menos gélido que la visión de mi abuelo. No lo recuerdo, y así su gesto queda congelado en ese que veo (mi tía dice que me parezco a él). La charla no cesa. Mi padre no me habla. Mi mamá, caminando, recuerda nuevamente la escena en que mi abuelo cae fulminado delante de mí. Tengo nueve años. Domingo. Ayer fue mi cumpleaños y estuvo lindo el festejo. Tenía nueve años y había que celebrar en voz baja porque justamente, él estaba en casa, padeciendo alguna dolencia que yo desconocía. Y ese 4 de mayo a la mañana, mi madre recuerda sus gritos y yo los escucho hoy. Creía que fue mi abuela que, en el desastre, había tirado una azucarera que estaba bajando de la alacena. No. Había sido mi mamá. El valium es lo único que recuerdo de esa mañana de olvido. Los ojos bizcos de mi abuelo, su cabeza contra la puerta, y que me llevan. No se adónde. Me llevan. Así es con los chicos. No saben adonde los llevan, se dejan cuidar. Así muchas veces hice con mis hijos.
La recorrida, ese funesto paseo, no podía ser completo, si no visitaba a mi tío. Nunca lo conocí. Murió cuando él tenía 14 años, el 12 de octubre del 45 (qué fecha, qué año), en una frustrada salida a la cancha. Mi papá, que le llevaba dos años, había deslizado muchas veces, que ese accidente fue negligencia de él. Mi tía (la misma de antes) sostiene que el tío Carlos era un ángel. Que era tan bueno, que estaba destinado a no vivir más. Quizá ella me quiso decir algo que Cortázar escribió en la historia de los seguidores de Glenda L.: para ser eterno, hay que retirarse antes de que la vida obligue a mancillarse. Así es la vida: si la vivís intensamente, ya no podrás ser parte del santoral. La de Carlitos es la única tumba de esa época que conserva la foto. Es en la zona del cementerio donde están los chicos. Los niños, entonces, ahora podrían ser los abuelos. Hay una que siempre me entristece: un chico que no tiene foto, se murió cuando tenía nueve meses. Nadie lo visitó nunca más. Ni siquiera para pelear con él.
Hace frío de a ratos (me parece que es en los huesos), pero tanto caminar me dio calor. Por suerte alguien me espera hoy. Me parece que voy a volver a cruzar el paredón. Prefiero enterrar muchas cosas entre los recuerdos. Son legión.
Hoy es el día del padre.

Apenas

Un tramo de soledad
no es plena
es apenas un refugio
punto de encuentro
fulgor de uno mismo
cruzando los ojos
en el horizonte
más cerrado.

Velada

Pasar de la risa
a la descompostura
y del vino
al vómito
en pocas horas
asco sentido
tripas de un baile
inconcluso
pescado sin digerir
eso
se lentifica
en las palabras
la garganta
tráquea desairada
ganas de dejar
un espacio
tiempo
que se escurre
en la noche
sin velar.

Inspiración

Un genio atraviesa
el aire oscuro
silbido en la penumbra
me convoca
suelta un número
ideas, imágenes, afines
se embadurna en carnes fofas
con sabiduría prestada y dobla
en cada recodo un filo
roma desnudez
pertinaz obsesión
de suponer que este texto
fluye desde mí, límpido
sin mayor
inspiración.