La recorrida

Me dije que era lo mejor para pasar el día, o al menos la mañana. No me equivoqué. Hacía poco frío. Menos mal. Éramos una pequeña legión de extranjeros. Algunos ponedores de invitaciones que nunca serán correspondidas, otros lectores susurrados de textos varios que no serán releídos, y un puñado de compulsivos recitadores de plegarias que jamás serán escuchadas. Quizá, había otras variedades que no pude distinguir (la próxima me prometo estar más atento).
Un paredón disimula este mundo del externo. Es verde el prado que domina la vista y un edificio austero enmarca el ingreso. Ya adentro, una prolija computadora espera la consulta: es como una guía Filcar virtual, que en vez de indicar el próximo destino, los aproxima al destino final de los que permanecen allí. Y es un día en que todos saben lo que hacen. Seguramente intentarán poner fin, una vez más sin resultado, a una conversación inconclusa, un reproche nunca formulado, un dolor lacerante que no cicatriza.
Ver a mi padre allí, eternizado en su foto, es un poco menos gélido que la visión de mi abuelo. No lo recuerdo, y así su gesto queda congelado en ese que veo (mi tía dice que me parezco a él). La charla no cesa. Mi padre no me habla. Mi mamá, caminando, recuerda nuevamente la escena en que mi abuelo cae fulminado delante de mí. Tengo nueve años. Domingo. Ayer fue mi cumpleaños y estuvo lindo el festejo. Tenía nueve años y había que celebrar en voz baja porque justamente, él estaba en casa, padeciendo alguna dolencia que yo desconocía. Y ese 4 de mayo a la mañana, mi madre recuerda sus gritos y yo los escucho hoy. Creía que fue mi abuela que, en el desastre, había tirado una azucarera que estaba bajando de la alacena. No. Había sido mi mamá. El valium es lo único que recuerdo de esa mañana de olvido. Los ojos bizcos de mi abuelo, su cabeza contra la puerta, y que me llevan. No se adónde. Me llevan. Así es con los chicos. No saben adonde los llevan, se dejan cuidar. Así muchas veces hice con mis hijos.
La recorrida, ese funesto paseo, no podía ser completo, si no visitaba a mi tío. Nunca lo conocí. Murió cuando él tenía 14 años, el 12 de octubre del 45 (qué fecha, qué año), en una frustrada salida a la cancha. Mi papá, que le llevaba dos años, había deslizado muchas veces, que ese accidente fue negligencia de él. Mi tía (la misma de antes) sostiene que el tío Carlos era un ángel. Que era tan bueno, que estaba destinado a no vivir más. Quizá ella me quiso decir algo que Cortázar escribió en la historia de los seguidores de Glenda L.: para ser eterno, hay que retirarse antes de que la vida obligue a mancillarse. Así es la vida: si la vivís intensamente, ya no podrás ser parte del santoral. La de Carlitos es la única tumba de esa época que conserva la foto. Es en la zona del cementerio donde están los chicos. Los niños, entonces, ahora podrían ser los abuelos. Hay una que siempre me entristece: un chico que no tiene foto, se murió cuando tenía nueve meses. Nadie lo visitó nunca más. Ni siquiera para pelear con él.
Hace frío de a ratos (me parece que es en los huesos), pero tanto caminar me dio calor. Por suerte alguien me espera hoy. Me parece que voy a volver a cruzar el paredón. Prefiero enterrar muchas cosas entre los recuerdos. Son legión.
Hoy es el día del padre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estimado Ricardo:

Una de las pocas cosas que recuerdo haber aprendido en la primaria, al margen de todo ese saber que transita de modo invisible por la conciencia hasta que algún apremio cotidiano, calcular un vuelto por ejemplo, lo trae de regreso; es el modo correcto de comenzar una carta.

En mi caso, sospecho que cada escuela tendría su propia fórmula, tal modo es el siguiente: "Espero que te encuentres bien"

Me pasa con el tema del "mail" que lo que antes era parte de algún tipo de ceremonial que me enfrentaba con cosas bastante profundas de mí mismo, si es que tales cosas existen, es decir escribir una carta, ahora se ha vuelto algo tan cotidiano que me crispa en buena medida los nervios.

Suelo hallarme a mí mismo repitiendo cosas cien veces, a cien personas diferentes, mismos saludos; despedidas; deseos; etcétera, lo que transforma un ejercicio que antes me parecía excepcional en una banalidad.

Por eso para ciertas circunstancias me tomo algún tiempo e incluso procuro esforzarme más al momento de sentarme a escribir. Lógico que ello no garantiza, en lo absoluto, una mejora en la calidad de lo que digo, ni siquiera mejora la comprensión de lo que intento decir (siempre son vulgaridades extraídas del sentido común, o de alguna mala interpretación de una también mala lectura de algún buen libro)

Pero, abusando de tu ojo atento, me tomo el atrevimiento de escribirte para opinar sobre un texto que me pareció excelente, hablo de "La Recorrida". Espero sepas comprender, de acuerdo a la advertencia hace instantes convenida entre paréntesis, mis torpes intelecciones.

No hay demasiado para analizar "entre líneas" pues de todas las cosas que he leído de tu producción, excepto los "escritos técnicos" para agregar una chanza del psicoanálisis, éste es el que me parece más transparente pues muestra de un modo totalmente descarnado, es decir desenvuelto del siempre profuso velo con el que solés ocultar en buena medida todo a lo que te referís, lo que te ha producido la Recorrida en cuestión.

Y puedo imaginar esa Recorrida, poco importa si es real o fantaseada, e incluso puedo imaginarme cada una de las escenas descriptas, las presentes y las que rememorás con melancolía -y agregaría: con cierto escepticismo- incluso los sentimientos se hacen patentes sobre todo hacia el final cuando, en una decisión que me parece sin dudas oportuna, aclarás tu intención de "volver a cruzar el paredón" y ello me parece un dato de la realidad y una declaración de intenciones.

Sin embargo, previo a eso, hay otra aclaración que si uno lee descuidadamente podría entender lo que yo entiendo -pues leo descuidadamente- y eso es que lo que motiva la intención de volver al mundo de los vivos es que alguien te espera "hoy".

¿Se trata solo de una circunstancia? ¿O el deseo de volver es independiente de que haya alguien esperando? ¿Y sí mañana no hubiera alguien esperándote, regresarías a este lado?

Y también creo entender que si no sos ahora mismo parte de esa legión de "ponedores de invitaciones, lectores susurrantes y compulsivos recitadores de plegarias" lo has sido alguna vez en el pasado.

Y entiendo también que es probable que dentro de los "otros que no podés distinguir" te enmarcás vos mismo pues hay algo de desconcierto respecto de lo que te motiva a ser parte de ese puñado de gente que transita por el verde prado.

¿O acaso dentro de esas "especies" hay otras que no mencionás adrede, a pesar de reconocerlas y de reconocerte en ellas?

Por que si a mí se me diera por visitar a un chico muerto apenas comenzado a vivir la vida (y no creo que hablar de él sea una simple casualidad...sin dudas has ido a visitarlo) jamás se me pasaría por la cabeza endilgarle un reproche o pelear con él ¿por qué se te ocurrió a vos tal cosa?

Y me resultó aleccionador lo que mencionás respecto de los chicos, lo que muchas veces decís hiciste con tus hijos. Creo que es muy oportuno el comentario, creo que además de oportuno es una realidad que las personas muchas veces no saben explicar, pues a veces el cuidado de los otros, sobre todo de los más desprotegidos, significa arremeter con acciones inexplicables para ellos.

Eso te sucedió a vos, me sucedió a mí y nos sucedió a todos, es parte del atavismo de la especie, atavismo que soponés , según lo que yo leo, irrenunciable. Verás, y aquí entre nosotros, sin dudas se trata de una de las suposiciones con las que más he estado de acuerdo en mi vida, algo extraño en mí pues en general solo dejo llevarme por mis propios desvaríos (otra pequeña muestra de mi necedad)

La pregunta final de rigor es la siguiente: ¿Todo esto es por el día del padre?
No estoy seguro que lo entiendas (a veces los que tienen hijos suelen advertir a los que no los tienen con este predicamento: "cuando tengas hijos vas a darte cuenta..." pero no aceptan inversiones en dicha cláusula: "yo, que no tengo hijos, puedo garantizarte esto..." Ocurre que cuando uno accede a la paternidad cambia de "condición lógica" -categoría que acabo de inventar- y aunque ha vivido muchos años de su vida sin ser padre al serlo nada de lo vivido previamente garantiza una comprensión de lo que digan quienes no han accedido aun tal situación) pero barrunto que el padre al que te referís ni siquiera es el tuyo, sino que sos vos mismo.

Caramba... aunque estaba seguro que opinar sobre tu escrito (insisto en que me gustó mucho) me llevaría por cualquier lado no tenía idea que dicha Recorrida finalizaría en este sendero.

Y a riesgo de ser censurado por subvertir aquella antigua fórrmula aprendida en tercer grado aquí voy:
"Espero que te encuentres bien"

Un abrazo.
Leo