Sin pan y sin trabajo


Un obrero sin trabajo, una ventana a la que le faltan los vidrios de una casa desnuda, la fábrica cerrada, las herramientas ociosas que están sobre la desolada mesa sin pan, en medio del despojo de un hogar que no parece tal porque en él faltan la calidez y la alegría. Hay un puño cerrado por el enojo contenido y el gesto de la impotencia individual por lo que sucede y no se puede modificar. La madre encogida con el niño en brazos, su pecho ya sin leche; su rostro, el del desaliento y la desesperanza.

Esta pintura, terminada próxima a la crisis de 1890, fue realizada por Ernesto de la Cárcova en Roma, cuando apenas tenía 25 años.

Uno se pregunta cuando recorre la Autopista Illia, al ver esas imágenes aéreas de villas pegadas a los paredones de los countries –mientras atisba los detritos humanos de la sociedad posmoderna, líquida o gaseosa, que se agolpan en los márgenes de las orgullosas urbes– si no habrá muchos hoy que miren así, que estén contemplando con sus puños cerrados la desolación de la falta de oportunidades y, para peor, la (no) herencia que dejarán a sus hijos. Miran con esos ojos encrespados, ojos que resisten las lágrimas, sólo por aquello de que “los hombres no lloran”. Hoy tendríamos que agregar a las mujeres, que valientemente abandonan el lugar meramente sacrificial de este cuadro, de pasiva resistencia al destino trágico y salen a buscar sustento. Recorren el camino del trabajo, para volver a su casa y hacer más trabajo aún, dado que la realidad social de los roles todavía no terminó de adaptarse a los cambios que impone el mundo.

El trabajo no es un beneficio que nos otorga la sociedad, se trata de un derecho constitucional. La justicia social no está dada solamente por el reparto de bienes –que podría verse como una nivelación en la capacidad de adquisiciones materiales–, sino en la posibilidad que se le brinda a cada uno de realizar su potencial en el mundo. El trabajo, al ser el ámbito privilegiado de expresión del comportamiento dirigido a metas, que permite usar plenamente la capacidad subjetiva de decisión y juicio, se convierte en una parte indisoluble de la realización como individuo, a la par que como miembro de la sociedad. Por eso el trabajo rebasa el ámbito de lo individual para dirigirse al de la acción política cuando éste se halla cercenado. El proyecto personal, impotentizado en esta imagen, no queda retenido al hogar: estalla en la calle, prenunciando la llegada del “obrero” que inundaría la “Plaza” muchos años después.

Tiempos difíciles aquéllos, no menos que éstos, sólo que ahora una extraña cosmética matemática trata de ocultar con mágicos índices la oscura verdad de la pobreza, la indigencia y el hambre que nos rodea.

Hace muy poco el cardenal Bergoglio afirmaba que “hay gente que sobra” y que es dejada de lado como “descarte” en “verdaderos volquetes existenciales”. Pero a su vez –y se trata de un tema no menor– recordaba que quienes estaban allí, en esa reunión, podían mirarse y reconocerse en esa mirada, lo cual contrastaba con la nadificación a la que son sometidos en lo cotidiano. Muy cercano a la idea que plantea el filósofo Emmanuel Lévinas, citado por Diana Sperling en su libro Filosofía de Cámara (1). La ética precede al ser, afirma Levinas, ya que el encuentro con el tú es verse a los ojos del doliente, del que implora, de quien requiere del Yo responsable. La ética, afirma la autora, “tiene estructura de boomerang (2): la piedra que se arroja vuelve. Y no hay dónde esconderse”. Los volquetes existenciales son los lugares a los que enviamos como sociedad a quienes no queremos ver, y menos aún que nos miren a los ojos, ya que su condena nos inundaría de vergüenza.

Las lecturas partidarias obnubilan la visión de lo que debemos enfrentar: la pavorosa presencia de la inhumanidad de lo humano que este cuadro nos revela, en un espejo que trasciende el tiempo, volviéndose temiblemente actual.

1 Mármol/Izquierdo Editores, 2008, Buenos Aires.

2 En itálicas en el original.

1 comentario:

Connie dijo...

Tan real y tan triste a la vez. Gracias por enseñarnos tanto Czikk.