EFIMERO

Hace tiempo que buscaba la palabra. Y es como casi siempre en medio de esas lecturas compulsivas, azarozas y desordenadas, mientras preparo una cena o un café, pensando que leyendo en esa forma desperdigada no perderé tiempo o lo ganaré, es que ella apareció. Tan sutil, tan sin nada para decir, excepto eso. Que la vida se termina, que los placeres se acaban apenas uno entra en ellos: la primera pitada o cucharada de helado, la primera vez que se desnuda delante de uno. Y que casi todo lo que se hace habrá que recomenzarlo: dormir, limpiar la casa, ordenar el desorden que generé hasta dos minutos antes y que se reinstalará dos segundos después, que el viaje habrá de terminar y me pondré inmediatamente a pensar en el siguiente. Que después de ido, serás mármol con una foto en un lugar desolado, aunque verde por fuerza de algunos, y otros que lucran con la vista que tienen los cementerios. Y que si te fue muy bien y tenés éxito, al menos en los cánones que nos gusta a los medio burgueses, seguro que siempre acarreará esa sensación, esa emoción. Es el momento en que lo provisorio (y no es esta palabra la que hallé) se vuelve epifanía o teofanía, expresión de una religión muy moderna o posmoderna. Dios manifestado entre nosotros como eso, como lo que se convoca en cada espasmo, en cada suspiro, en cada soledad no buscada. Está en el rechazo amoroso o el impensado fraude entre amigos. Dios (para mí con minúsculas, es dios) me obsede y me gusta como suena: obsede. Es el que garantizaba a mis antepasados en algún lugar entre los Cárpatos, que las cosas sucederían cada año, el día del perdón con su ayuno, el vino casero de pesaj y la llegada de algún nuevo pariente.
Y ahora nada.
O nado en esta nada de la que quiero hablar y me persigue. Quizá está en cada pastilla que tomo para ir a dormir, en cada despertar a las cuatro menos cuarto (siempre a la misma hora, como un reloj…) y que quiebra cualquier sueño repetido. Como hoy, en que Hugo B. me hablaba de algo como CTC, no sé qué será, debe ser la sigla de otra empresa más. Otro lugar en que deberé decir algo que quede como eco, resonando y que en unos años cuando pase por el frente de ese edificio, no sé si estará allí. Y Hugo me dije, es Hugo K. a quien no veo desde hace un año, luego de un reencuentro que creí sería para siempre. Y me desperté. Pensé, con la mano sosteniéndome en el baño, que quizá era eso. Que ambos eran pasajeros en mi vida. Que por más que quiera, nada me asegura que estén vivos cuando los llame.
Hablo de lo efímero. Las lecturas, las comidas, casi todo es así. Es efímera la ideología. Pero, frente a la palabra escrita, algo queda en su lugar. La puedo duplicar, copiar, scannear, memorizar como en Fahrenheit 457 o en la fantasmagórica biblioteca de la sombra del viento mantenerla en reserva. Por eso me obsesiona el papel escrito, y por eso también sueño con una biblioteca de pared a pared. Me fascinan los bibliófilos, los que compran primeras ediciones, fetichizando lo que no es más que papel con tinta. Estoy seguro que no lo hacen por el valor económico, para eso están los cuadros que combinan mejor con el mobiliario: no tienen ácaros ni generan alergia.
Un Partenón construido con libros prohibidos, envueltos en plástico para celebrar la llegada de la democracia y ahuyentar a los biblioclastas, bibliófagos y bibliófobos, los que ven allí una fuente de terror profundo. Un dispositivo temporal contra lo efímero de la memoria humana.
La de las generaciones.
Efemérides, fecha que pasa y no se repite.
Efímero, día en que vibro con cada letra cursiva, magia de los ojos en la página y su reverberación.

1 comentario:

Connie dijo...

gracias
sencillamente hermosa